El lunes 29 de julio, el Consejo Nacional de
Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) dio a conocer su
informe sobre la pobreza de México. Más allá de la confusión generalizada entre
la población sobre los valores absolutos (número de personas) y relativos
(porcentajes) de pobres en México, el informe reveló que, entre 2010 y 2012, el
porcentaje de pobres cayó ligeramente (de 46.1% a 45.5%), mientras el número de
personas en pobreza extrema disminuyó en 1.5% (de 11.3% a 9.8% de la población
nacional). Después de que el CONEVAL divulgara
estas cifras, el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, y la secretaria de
Desarrollo Social, Rosario Robles, se presentaron como los grandes críticos del
sistema de seguridad social de los sexenios anteriores, y expusieron que las
políticas públicas y los programas asistencialistas sólo han podido contener el
aumento de la pobreza, más no combatirlo eficazmente. Videgaray señaló que sólo
con un crecimiento económico de al menos 5% anual podría en efecto reducirse la
pobreza, para lo cual ayudarán –según la administración— las reformas energética
y hacendaria. Aunado a ello, el gobierno
federal estaría por proponer la creación de un sistema universal de seguridad
social –algo muy ambicioso y, sobre todo, caro. Ahora bien, ¿cuál podría ser la
intención de las declaraciones de Videgaray y Robles?
En primer lugar, estos dichos tienen la meta de
incrementar los argumentos sobre la necesidad de las reformas de interés para
el presidente Peña. Segundo, la crítica tiene el objetivo de distanciar al
gobierno actual de las administraciones panistas en el rubro de seguridad
social, con tal de impulsar la agenda de la tercera gran reforma del sexenio:
el Sistema de Seguridad Social Universal. Mientras que el gobierno anterior y
múltiples personas del círculo rojo aplaudieron el hecho de contar con una
estabilidad en el porcentaje de pobres, sobre todo frente a choques económicos
como la crisis de 2008, ahora esta estabilidad se plantea como signo de la
incompetencia de los programas de seguridad social, en particular de
Oportunidades. En este sentido, es importante no caer en la trampa de evaluar a
Oportunidades u otros programas como responsables de la condición de pobreza en
México. Si bien no han logrado el principal objetivo de sacar a hogares de la
pobreza es evidente que, en un contexto carente de oportunidades laborales, sí
logaron avances sustanciales en materia de educación, salud y vivienda. Además,
muchas otras han sido razones de mayor peso en la estancamiento de la pobreza:
entrada de flujos de remesas, una multiplicidad de subsidios y transferencias
directas e indirectas por medio de programas sociales, y salidas de escape como
la economía informal y la emigración a Estados Unidos.
Más allá de los objetivos logrados o no por los
programas de seguridad social, el tema clave es la ineficiencia e
irresponsabilidad del gasto gubernamental. En México, la extraordinaria renta
petrolera, impulsada sobre todo por Cantarell durante el periodo 2000-2004, se
utilizó principalmente para gastos no orientados a potencializar el crecimiento
económico. En este lapso, la expansión de Oportunidades hizo que más hogares
recibieran transferencias directas que los alejaran de las líneas de pobreza,
aunque sin constituir una clase media consolidada del todo. Tomando esto en
cuenta, ni las políticas y programas actuales de seguridad social, ni el
eventual establecimiento de un sistema de seguridad social universal, ni el
incremento en el erario público dada una potencial mayor recaudación, deben de
ser utilizados para perpetuar la dependencia del grueso de la sociedad del
gasto gubernamental. De hacerlo, estos programas y la riqueza potencial
esperada, a razón de las reformas estructurales, podrían sólo ser utilizados
para meter más mexicanos dentro de la improductiva “nómina” del gobierno.
Además, la historia es sumamente convincente en que no es obvio que un mayor
gasto público se traduzca en mayor crecimiento. El riesgo es que México acabe
con una mayor recaudación y un mayor gasto público pero sin un mejor desempeño
económico. Brasil es el mejor ejemplo de lo anterior.
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