Un día cualquiera
estaba en su elegante oficina un Consultor en inversiones y sonrió al ver
llegar, sin previo aviso, a uno de sus clientes: el Señor X.
El Señor X era el
cliente perfecto: decía ser empresario, tenía buena educación y vestía
impecablemente, llevaba varios meses realizando operaciones constantes de mediana
importancia, no hacia muchas preguntas y confiaba de manera tal en las
recomendaciones del Consultor que eventualmente le autorizó para tomar
decisiones por su cuenta; inclusive cuando alguna operación no rendía los
rendimientos esperados no parecía molesto, y solo pedía que los recursos
obtenidos fueran depositados en su cuenta de Banco.
Efectivamente el
Señor X parecía el cliente perfecto hasta que ese día dejó caer sobre su
escritorio varias maletas repletas de dólares con la nada amable instrucción de
que invirtiera esos recursos y depositara las ganancias en una cuenta de Banco
aperturada en el Caribe y de la cual el Consultor no tenía conocimiento;
obviamente el Señor X prometió un porcentaje superior al usualmente pactado. El
Señor X dio la media vuelta y salió de la oficina sin firmar ningún tipo de
recibo.
Era evidente que su
cliente le estaba pidiendo que lavara ese dinero por lo que, motivado por las
ganancias prometidas y por el miedo a negarse y perder al cliente, analizó sus
opciones sabiendo que ninguna institución financiera aceptaría un depósito en
efectivo de ese tamaño y decidió seguir un esquema relativamente sencillo de
cuatro pasos:
Paso Uno:
Constituiría la empresa “A” en el destino turístico de Los Cabos que ofrecería
servicios de deportes extremos. Con ello buscaría mezclar los pagos efectuados
con tarjetas de crédito con el dinero de su cliente quedando todo depositado en
una cuenta de Banco abierta a nombre de la empresa. El montar el negocio en una
zona turística conocida por recibir a estudiantes de los Estados Unidos para el
“spring break” era garantía de un flujo elevado de Dólares.
Paso Dos:
Constituiría la empresa “B” dedicada a la exportación de vinos. Enfocaría su
venta mediante internet a precios inferiores a la competencia, justificando
tales precios con el ahorro obtenido al no contar con los gastos operativos
típicos de una empresa como una bodega, publicidad y trabajadores.
Paso Tres:
Constituiría la empresa “C” en forma de un restaurante gourmet en Los Cabos que
ofrecería precios especiales a los clientes de la empresa “A” para repetir el
proceso de mezclado de recursos. Además de ello le compraría vinos a la empresa
“B” efectuando transferencias electrónicas. Con todo esto se buscaría además el
buscar posicionarse como un referente empresarial en la localidad.
Paso Cuatro:
Consolidadas las operaciones de las empresas A, B y C buscaría invertir en los
negocios locales para asegurarse un flujo seguro de recursos lícitos para
posteriormente conformar entre todas una empresa “D” enfocada al ramo
inmobiliario aprovechando que debido a la crisis había numerosas propiedades
que los dueños vendían a un precio notoriamente inferior al del mercado con el
fin de solventar sus deudas con los Bancos; obviamente esas personas no
estarían en posición de rechazar un pago en efectivo.
Una vez echado a
andar este esquema el resultado fue inmejorable: el Consultor no solo había insertado
con éxito los recursos ilícitos en el sistema financiero, sino que sus empresas
fachada ya eran parte de la economía local, es decir que además de lavar el
dinero había generado un mecanismo autosustentable depositando los recursos en
cuentas de Bancos en Estados Unidos. El Señor X no podía estar más complacido y
pagó con generosidad los servicios del Consultor, y aquí fue donde comenzaron
sus problemas.
Un día el Consultor
viajó a los Estados Unidos con su familia y al presentarse ante el Oficial de
Inmigración su nombre apareció en el sistema como indexado en la lista de la
“Office of Foreign Asset Control” del Departamento del Tesoro de los Estados
Unidos; no obstante que buscó por todos los medios el ocultar el resto del
dinero lavado se detectó que su cliente era un prestanombres de un Cartel por
lo que eventualmente su nombre apareció como un asesor del Señor X, motivo por
el cual se comenzaron a investigar sus finanzas y operaciones las cuales
llevaron a las autoridades a sus operaciones en Los Cabos.
El Consultor fue
llevado a un Centro de Detención Federal y se le asignó a un Defensor de Oficio
ya que sus cuentas de Banco en Estados Unidos habían sido congeladas y no podía
pagar un Abogado particular. Al ser acusado del delito de lavado de dinero enfrentaba
la posibilidad de ser encontrado culpable y purgar una pena de hasta 35 años de
prisión sin derecho a fianza. Así las cosas decidió aceptar la oferta hecha por
el Departamento de Justicia y reveló la estructura que había creado con lo cual
todas las personas que de buena fe habían hecho negocios con sus empresas se
vieron obligadas a dar respuestas a las autoridades Mexicanas y, en algunos
casos, enfrentaron procesos de Extinción de Dominio y, al no poder acreditar
que habían efectuado un proceso de debida diligencia previo a la relación de
negocios, perdieron sus propiedades y negocios.
El Consultor una
vez que ofreció su testimonio en una Corte Federal se vio obligado a
incorporarse a un programa de testigos protegidos y retomar su vida desde cero,
debió dejar al resto de su familia tras de sí y vivir del sueldo que recibía
del empleo que le había sido asignado por el Gobierno, su patrimonio, que
previamente había sido congelado, simplemente había dejado de existir.
Era el primer día
del resto de su vida como un simple mortal; a la distancia el haberse negado a
trabajar para el Señor X no sonaba como una mala idea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario